domingo, 17 de julio de 2011

Inteligencia y civilización

En el post anterior reflexioné sobre la teoría de Hoppe sobre la superpoblación, su efecto disgénico y la democracia. Me gustaría ir un poco más allá en cuanto a las asunciones que sostienen esta teoría.

La primera es que la genética juega un papel fundamental en la inteligencia de una persona, el efecto disgénico. Esta asunción, sin embargo, se sostiene sobre otra aún más profunda, a saber, que la inteligencia es una característica "intersubjetivamente" observable, es decir, una cualidad humana atribuida a una persona que se puede medir de alguna manera. Si definimos inteligencia como la capacidad de un ser humano de utilizar la razón, el conocimiento, el pensamiento lógico y sus medios tecnológicos para mejorar las probabilidades de supervivencia adaptándose mejor al medio de lo que lo haría sin esa herramienta. Parece almenos cuestionable que se pueda testear la posesión de esa cualidad cuando se refiere a un estado de cosas cambiante, imprevisible, a un escenario al que el sujeto se enfrenta de manera inédita e irrepetible. Si se desconoce cual va a ser el escenario, que por fuerza está intrínsecamente ligado a la realidad, cómo podemos saber que cualidades "mentales" van a proporcionar esa mejor adaptación? Además, que la genética pueda determinar la inteligencia, tambien supone que la inteligencia es una característica espontánea de la persona, sin tener en cuenta, factores culturales tales como la predisposición a usarla, o el grado de perspicacia relativo a la propia percepcion sobre la utilidad de la misma. Por ejemplo, y aludiendo precisamente a una ilustración hecha por Hoppe, si un individuo naciera en una sociedad cuya religión estableciera que todo debe dejarse tal y como está, que predisposición tendría ese individuo para utilizar la inteligencia de manera creativa para poder mejorar sus probabilidades de supervivencia? Sin duda sería mucha menor que en un sociedad en la que se nace con la creencia que cada uno es libre de seguir su camino, para alcanzar sus objetivos por disparatados que estos sean.

La segunda asunción que hace la exposición de Hoppe es que la inteligencia es deseable a la hora de entender los principios básicos de la ética y la economía. Sin embargo, y creo que esto no es valadí, no se observa nada en la realidad que apunte en esa dirección. Hay mucha gente sencilla con valores corrientes y sentido común así como gente inteligente con ideas colectivistas y socialistas. Es más, resulta incuestionable, que precisamente la intelectualidad es estatista por antonomasia a pesar de su presumida inteligencia. En efecto, es la propia intuición la que lleva a la gente corriente a observar los derechos de propiedad y los principios éticos más fundamentales. No se ha observado hasta el momento, que la ciencia entendida como la explicación irrefutable de una verdad apriorística haya resultado nada efectiva para convencer a la gente "inteligente" de que abandone sus postulados socialistas. La gente "inteligente" suele aprender más facilmente que pueden salir ventajosos de una idelogogía redistribuidora, si saben colocarse convenientemente en el bando de los que reciben, y alejarse del bando que es expropiado. Al final, la inteligencia (aunque esto sea no una verdad absoluta, sino una certeza observable) se suele utilizar como instrumento para mejorar la propia calidad de vida, antes que para la busqueda neutral de las verdades categóricas (filosofía).

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